martes

Tercera parte: La felicidad de nuestras vidas desechadas





...Después nos callamos y ya no hubo más preguntas. Los pasados fueron arrancados. En blanco y negro. Torpemente. Eramos grandes en aquellos tiempos. Pero no construimos el presente con todo ello. Al fin, cuando me abandonaste, los infinitos se callaron. Dejaron de latir dentro de mí. Todavía estaba viva, en ese entonces. Después de que nos callamos.

A veces, cuando era guapa, pudiste dejarme vivir, lentamente. Incansablemente. Escuchaba escuchar tu voz. Fue entonces, quizás, cuando más miedo tuve. Estas inmutabilidades. Un presente.

Te dejé irte, porque en esos casos veía tu belleza. Me dejas irme, porque soy guapa.

Quizás entendimos algo. Infinito, carente de voz, no siento su precio. El de nada.

Nunca más preguntas, los infinitos se callaron.

Me convertí en niña, la mujer ebria huyó. Te abandoné. Nos callamos. Voy caminando sin ti, en sentido oblicuo, a la orilla del camino. Una gran traición. ¿Quién lo puede comprender? No tienes derecho a callar. Siempre las mismas palabras. Sin significado. Ya no las puedo aceptar. Ya no escucho mi propia voz. Ya nada está lejano.  Los inifinitos desaparecieron, y lo que me mató ya no lo siento. Algo se transformó en silencio dentro de mí. No las voces. No las imágenes. Sólo que me abandonaron los infinitos. Se entristecieron hasta el silencio dentro de mí. De todo eso no puedo construir un presente. Es un vasto amanecer, como el mar. Me sujeta y me lleva a casa. Me desvisto. Me desviste.

Es una simple plegaria esto.

Eramos grandes en aquellos tiempos. Nuestros pasados torpes fueron arrancados. Se convirtieron rígidamente en parte de mi cuerpo.

Me desvisto.