martes

Tercera parte: La felicidad de nuestras vidas desechadas





...Después nos callamos y ya no hubo más preguntas. Los pasados fueron arrancados. En blanco y negro. Torpemente. Eramos grandes en aquellos tiempos. Pero no construimos el presente con todo ello. Al fin, cuando me abandonaste, los infinitos se callaron. Dejaron de latir dentro de mí. Todavía estaba viva, en ese entonces. Después de que nos callamos.

A veces, cuando era guapa, pudiste dejarme vivir, lentamente. Incansablemente. Escuchaba escuchar tu voz. Fue entonces, quizás, cuando más miedo tuve. Estas inmutabilidades. Un presente.

Te dejé irte, porque en esos casos veía tu belleza. Me dejas irme, porque soy guapa.

Quizás entendimos algo. Infinito, carente de voz, no siento su precio. El de nada.

Nunca más preguntas, los infinitos se callaron.

Me convertí en niña, la mujer ebria huyó. Te abandoné. Nos callamos. Voy caminando sin ti, en sentido oblicuo, a la orilla del camino. Una gran traición. ¿Quién lo puede comprender? No tienes derecho a callar. Siempre las mismas palabras. Sin significado. Ya no las puedo aceptar. Ya no escucho mi propia voz. Ya nada está lejano.  Los inifinitos desaparecieron, y lo que me mató ya no lo siento. Algo se transformó en silencio dentro de mí. No las voces. No las imágenes. Sólo que me abandonaron los infinitos. Se entristecieron hasta el silencio dentro de mí. De todo eso no puedo construir un presente. Es un vasto amanecer, como el mar. Me sujeta y me lleva a casa. Me desvisto. Me desviste.

Es una simple plegaria esto.

Eramos grandes en aquellos tiempos. Nuestros pasados torpes fueron arrancados. Se convirtieron rígidamente en parte de mi cuerpo.

Me desvisto.


lunes

Segunda parte. La felicidad de nuestras vidas desechadas.





Como si sólo entonces se hubiera decidido todo. Tiré a un lado mi abrigo cuando entré al espacio de tu hogar,  o a lo mejor ni siquiera tenía abrigo, porque estábamos en  verano. Tardío, quizás de agosto, pero de todas maneras verano. A fin de cuentas el hecho de que estemos en la vivienda no me obliga a nada. No nos obliga a nada. Aunque el cortafuego tampoco es siempre un refugio, cuando sentimos temor por nuestros pensamientos.

Antes debía cavilar todo el tiempo acerca de cómo son esos giros rápidos, las repentinas sucesiones. ¿Hasta qué punto nos damos cuenta de los esfuerzos del presente para  ser aceptado, invitado a permanecer? ¿Cómo hemos de permanecer siendo nosotros mismos, en la torpe sucesión de los pasos? ¿Hasta qué punto se suceden los triunfos obtenidos sobre las palpitaciones, las grietas dentro de mi mejor yo, ése que destiné para ti, si lo que tú deseas es  el palpitar? ¿Cuán rápidos son esos giros, las sucesiones de nosotros mismos? Los nosotros mismos que se suceden los unos a los otros.

Su voz cierra la puerta y me obliga a arrodillarme. Se han acabado los metros cuadrados, ya la puerta sólo puede ser un obstáculo para mis ojos. Las otras cosas son pequeñas. Y de todas maneras se han perdido.

Como si todo se hubiera decidido sólo entonces, con el seguro conocimiento de que ni uno sólo de los alientos de mis pensamientos fue verdadero. Mi mentira yacía  detrás de mí, y entonces tiré sobre ella mi abrigo, para no verla siquiera. Cayó lentamente, apenas si llegó al suelo. Era como si hubiera estado flotando toda la noche en el aire, aunque cayendo, a veces, lentamente. La canícula de la noche lo hacía sudar, lo atrapó el calor de agosto.

La persona que se hallaba de pie delante de mí me esperaba desde hacía tiempo sin saberlo, pero no me molestó, porque por fin pude mentirme a mí misma. Fue una sensación agradable ver cómo se hallaba de pie delante de mí, con la camisa y los pantalones de costumbre, y sus manos de costumbre, acerca de los cuales sabía que le quedaban bien a la guitarra. Eso era todo lo que estaba en la foto, en mi cabeza. Todo lo demás era el trasfondo solamente.

Fragmento de "La felicidad de nuestras vidas desechadas". 

martes

La felicidad de nuestras vidas desechadas. Parte 1

Esta vez quería compartir con vosotros un pequeño pasaje de mi libro La felicidad de nuestras vidas desechadas. Aunque el título pueda resultar contradictorio, para mí no lo es. Estaba pensando durante días que título ponerle al libro hasta que este título me encontró sentada en mi salón, y me convenció. Porque describe la esencia del libro. La espiral de las idas y vueltas, de los comienzos y de los finales. El amor perdido en la soledad. La soledad perdida en el camino..  Será un libro diferente, de tamaño corto (por lo menos para las reglas del mercado actual)  pero con mucha alma y con ganas de nacer ya de una vez. Estoy iniciando un proyecto para darle vida con ilustraciones y dibujos de amigos y artistas. Será mi voz con paisajes diferentes. Espero que os guste, me interesa mucho vuestra opinión. 



Me mira y me hallo parada en el umbral de una sensación de felicidad. Lo hubiera tomado del brazo, pero mi mano se tendió a mayor profundidad que el umbral del pensamiento. Un instante aislado, un tiempo presente involuntario, producto del azar. Translúcido, prepara sus armas de fuego contra mí. Miro su color. No tengo nada que decir. Es moreno, y luego se mezcla con el trasfondo rubio. Dio en el blanco, me alcanzó. Me demolió. Voy pegando los trozos del presente con los restos del celo.

 La noche carece de fronteras.

Pensamientos que no pueden ser esculpidos carecen de destinatario. Entramos en contacto.  Los pequeños vellos negros con el trasfondo rubio. Las almohadas se rodaron un poco y sólo su aliento permaneció en el lugar de costumbre. Voces y ritmos agradables  que  atraviesan todo, consoladores. Todo lo nuestro es de la alfombra. Más allá  no podemos pasar. El final del camino se convierte en petición dentro de la almohada. Carece de permiso, no tiene dónde quedarse. El paisaje es desolado y así como me miras así te devuelvo la mirada, porque son dos las manos y una la distancia. Únicamente te siento a ti, de quien cuelgan los miedos rellenados, como verdes colinas desabotonadas, mechadas en algunas partes con unos cuantos árboles. Convertidas rígidamente en paisajes.

Un mapa al azar, de un paisaje extraviado.

Al final del camino, la almohada. Mechada con miles de peticiones.

                                                                           

jueves

Cambiar de piel

Últimamente me tropiezo mucho con la expresión e idea de “reinventarse” y me preguntaba ¿necesito yo también reinventarme? ¿Cambiar de piel? ¿Salir corriendo?... Pues sí y no. Quiero cambiar algunas cosas. Por ejemplo ir cambiando, mejorando poco a poco este blog para que sea más dinámico y más expresivo. Pequeños proyectos que están por llegar…Seguir escribiendo sin perder la esencia y el optimismo…Reinventarme sí pero sin cambiar de piel. Y sin salir corriendo….



 Estoy sentada en una ventana. En una ventana cualquiera en la que faltan las horas. Me imagino, entre un café de sobre y un trozo de tarta, corriendo entre mi presente y futuro sujetando en mis manos palabras y amores a la vez. Faltan las horas, sobran las palabras y pesan demasiado las imágenes entre el sorbo y la ventana. Me hacen mirar de reojo mis abrazos y mis escondites de niña. Por eso hago un forzoso intento por reinventarme. Porque está de moda. Porque sobran motivos…

Me siento desubicada por la falta de un camino entre mis sueños y su piel. Bajar el telón y suspender la función. Levantarse de una silla, aunque cómoda, y salir del teatro con el aplauso entre las manos. Mientras salgo de esa sala imaginaria, trato de convencerme de que salir corriendo a veces es la única forma de llegar salvo a casa y guardar los sueños en los cajones de la piel. Tal vez encuentren su lugar entre las horas perdidas y el intento de querer cambiar el rumbo. O tal vez salen corriendo y cierran la puerta. O simplemente cambian de piel.

lunes

Soledad&Laughter




                                                   Photo by Trotsiland at flickr.com


He escrito esta entrada en “la sombra” de mi libro… son pensamientos que me preocupan y persiguen pero que no encuentran su lugar en el contexto del libro. Pero quieren salir, quieren ser escritos, así que aquí están. No en la sombra sino en primera línea, disfrutando de su libertad. Espero que os guste.


Me he encerrado. Me he encerrado en el tiempo de unos pedazos de vasos rotos, en jaulas de nada, en olvidos medio vacios. La boca entreabierta entre pan y besos, un lugar con muchas salidas. Los caminos me hacen dudar. Me siento libre por dentro y engañada por fuera. Tus tímidas jaulas de besos me hacen buscar cualquier arena, cualquier mar. Esas horas pesadas hacen latir más bruscamente el corazón, con ganas de abrirse de par en par. Otro beso entreabierto que mancha con sus latidos el telón que una vez fue la noche. Me siento libre por dentro y sola por fuera. Contigo la soledad es un paso tras otro, sin cesar. Las huellas de tu cara son mi única bata. A veces las cambio por olvidos, aunque medio vacios, porque me hacen reír. De nuestra soledad. 


martes

Between

 

Haber nacido en la frontera tiene sus ventajas. La falta de pasos es una advertencia, nunca un estado. Jugamos con casi bienes, como casi caminar o casi hablar. Nunca es tarde para cambiar el rumbo. Nunca es tarde para echarse a llorar. 

Nací en la frontera, con todos sus crímenes pegados a mi piel que son más que heridas pero menos que un tatuaje. A veces quiero pelar. No solamente la piel ambigua de una juventud caducada, sino quiero pelar mis piernas, perdidas en un suelo demasiado correcto para que uno pueda quererlo o dejarlo atrás. Nunca es tarde para llorar. 

Nací en la frontera de casi no hablar. Las palabras, ambiguas, cambian de piel de vez en cuando. A veces quiero pelarlas. Las palabras de mi boca. De mi cara. O tal vez sería más fácil dejar de respirar. Las fronteras. Los besos. La piel. Nunca es tarde para cambiar el rumbo. El hueco a veces forma parte de la piel. Es como un beso transparente, perdido entre la prisión y la libertad. Jugamos con casi bienes. La piel no esconde ninguna guerra. Ni se tiñe de ninguna lágrima. Es la frontera de casi no hablar entre las pieles de un suelo demasiado perdido. Nací en este suelo. Donde la mejor forma de hablar es simplemente respirar. Lentamente, eternamente sin encariñarse con ningún cielo.

jueves

La única caricia


Un frío enorme se desliza en el suelo de mármol. Me siento atrapada. Unas caricias chocan lentamente contra mis brazos mientras huyo. Huyo porque a veces no pensar es la única caricia. El frío hiere mi garganta, la hace más grande, casi gigante mientras el aire se hace más pequeño, burlándose así de mis ganas de respirar.  La pared se acerca a mí, la veo como una espada o quizás es una manta viéndola de otro ángulo. Unas manos chocan contra mis brazos pero no insisten en quedar. Ni yo quiero que se queden. Es tarde para invitaciones. Es tarde para tener las manos atadas. Simplemente es tarde. Me siento atrapada, perdida entre las capas de un mismo silencio. Solo la pared tose de vez en cuando buscando un ligero alivio después de respirar. Suelo de mármol, tierra de nadie. A veces no moverse es la única caricia. Y el silencio su única forma de amar.